Madre

Julia González Prieto


La última década del siglo XIX estuvo marcada por una gran crisis económica en España. Sin embargo, a nuestra ciudad le afectó en menor grado por varios motivos: en 1895 la reina regente María Cristina, en nombre de su hijo Alfonso XIII, concedió a La Bañeza el título de ciudad, impulsando su desarrollo urbano y, en 1896, la inauguración del ferrocarril Plasencia-Astorga estimuló nuestro crecimiento económico.
A estos dos acontecimientos históricos, se unía otra razón, tal vez la más importante: el esfuerzo y la ilusión con la que trabajaban los bañezanos; la mayoría de ellos como labradores, cultivando extensos viñedos y las fértiles fincas regadas por los ríos Tuerto, Duerna y Órbigo. A este colectivo se unía un pequeño número de almacenistas, entre los que destacaba Toribio González, hombre emprendedor y generoso.
En los libros de la Cofradía de las Angustias figura como cofrade de Honor porque donaba los alimentos para el Potaje. Estaba casado con Concepción Prieto y tenían once hijos. Entre los más pequeños estaba Julia que nació el 18 de junio de 1894. Era una niña inteligente, responsable y trabajadora. Asistió a clase con Doña Anselma (una gran maestra, hermana del Padre Blanco) y se caracterizó por ser una alumna ejemplar y muy sociable.
En el seno de esta familia honrada, trabajadora y buena, Julia crecía y se implicaba en el trabajo familiar. Ayudaba a su madre en las faenas domésticas y a su padre en la oficina de los almacenes que tenía a la entrada de La Bañeza, frente a lo que hoy es el Parque Infantil. Allí se movía mucha mercancía, trabajaban sus hermanos y algunos empleados. Se practicaba lo que se denomina “trueque”: llegaban los tenderos con sus carros cargados de cereales o de legumbres y los cambiaban por aceite, azúcar, bacalao, etc. Ya entonces eran muy apreciadas las alubias de La Bañeza en Sevilla y otras ciudades a las que se facturaban desde la estación de Veguellina.
Convertida ya en una hermosa y atractiva joven, era admirada por los mozos de su época. Uno de estos jóvenes, bueno, alegre y trabajador fue correspondido por ella. Se llamaba Conrado, era hijo del confitero Hermógenes Blanco y de doña Raimunda de León Pascual.
La pareja era perfecta, pues compartían los mismos ideales y estaban profundamente enamorados. Decidieron unirse en santo matrimonio el día 26 de junio de 1919 para disfrutar de una convivencia entrañable, practicar una paternidad responsable y continuar con el negocio de la confitería. Era un buen momento, pues se había inaugurado la fábrica azucarera en La Bañeza y en toda España se vivía un paréntesis de prosperidad económica, propiciado por nuestra neutralidad en la Primera Guerra Mundial.
El 18 de diciembre de 1921 nació su hijo Conrado Blanco González. ¡Cuanta alegría esa Navidad! La joven madre dedicaba todo el tiempo posible para cuidar a su hijo y preparar excelentes platos. Cuando hacía buen tiempo se desplazaba por las tardes hasta el Monte Iglesias, propiedad de su hermana Josefa, para disfrutar de la pureza del aire entre las encinas y de la frescura del agua del Fontorio. Allí, mientras los niños merendaban y jugaban, los mayores paseaban y comentaban temas culturales y sociales, tales como el golpe de estado del general Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923.
A medida que su hijo crecía y asistía al colegio de las Hermanas Carmelitas, ella tenía más tiempo para estar en la confitería. Se sentía muy feliz atendiendo a sus clientes y obsequiando con golosinas a los niños que les acompañaban. Su sencillez, su amabilidad y su capacidad de sacrificio eran extraordinarias, como manifiesta su esposo en el artículo titulado “buena y bonita” (publicado en la revista de “La Confitería Española” en mayo de 1947).
Fue una esposa admirable y muy querida, una madre cariñosa y fuerte; convenció y animó a su hijo de 10 años para estudiar en el colegio de los Hermanos de la Salle en Valladolid, donde adquirió una gran formación cultural y humana. Asimismo, le infundió confianza y valor cuando fue destinado a Tetuán para cumplir el servicio militar, a pesar del dolor que la desgarraba.
Era una persona justa y sensata a la que familiares y amigos le confiaban sus problemas y solicitaban su consejo. Era animada y alegre; experimentó una gran satisfacción al enterarse de que su hijo era novio de Charo. Les comentaba a sus amigas: “que chica tan dulce, cuanto más la trato más me gusta”. Siempre la quiso como una hija y Charo le correspondía como si realmente lo fuera.
El 15 de noviembre de 1968 muere su esposo Conrado Blanco León, el hombre con el que había compartido tantos años de felicidad. “Un santo confitero”, como publicó su hijo días más tarde en El Adelanto Bañezano. Sintió mucho la pérdida de aquel gran hombre, responsable, generoso, inteligente y poseedor de una gran sensibilidad… Cualidades que le convirtieron en un gran escritor y un gran poeta.
Doña Julia fue aceptando esta última etapa de su vida consolada por la gran fe que profesaba y apoyada por el cariño con que la trataban Conrado y Charo. Por entonces dejan la confitería y pasan largas temporadas en Madrid. El recuerdo de su querida Bañeza estaba siempre presente en su vida y volvían a ella cuando llegaba el buen tiempo para disfrutar de sus gentes y desplazarse por los alrededores.
El día 15 de enero de 1982 murió esta gran señora, dejando un enorme vacío en su hijo Conrado y en Charo, así como un recuerdo entrañable en todos los que la conocíamos.