El destino de las fuentes

Quisiera volver al destino de las fuentes,
a la carne de la tierra, a la sangre del árbol,
a la historia de una niña que juega con el alba.
Tuve que renunciar al cielo y a las mañanas,
al pan sencillo de la solana y de la espiga,
al corazón de la nieve que late en el invierno,
al olor verde de los montes y la alhucema.
Tuve que empezar a vivir entre mucha gente sola,
en una ciudad de puertas sin salida,
con relojes colgados en el tiempo del abrazo,
con palabras que celebraban el logro de lo inútil.
Tuve que empezar a respirar entre muros
de cansancio, ginebra y nicotina,
entre seres que nunca habían escuchado
la canción de un río, ni la trova de un arroyo.
He visto morir las rosas en la melena
de una mujer, que comprendía la vaciedad 
del mundo cuando lo auténtico falta.
He contemplado ese dolor sucio de los días
en que resbala lenta la lluvia sobre el asfalto,
la rutina, y la mentira de ser otro que no eres.  
Me he sentido dueña de un yo perdido 
que ha ido a buscar fortuna y compasión
a los cementerios de automóviles.
He hallado a hombres que se sentían hundidos
como los coches que fueron alguna vez abandonados.
He hallado a viejos que buscaban un poco
de certeza entre la chatarra y los ratones.
Allí inventábamos el vuelo amarillo
de la mariposa sobre la tarde,
la conciencia del camino hacia las fuentes,
los pámpanos líricos de las vides,
el perfume del tomillo y de la aurora,
la libertad de quien no conoce murallas.
Atrás habíamos dejado la piedra del portal,
las voces de los hombres que todavía
sabían el nombre de los pájaros y de las flores,
las voces de aquellos niños que fuimos.
Un día buscamos en otro sitio
lo que creíamos perdido en el nuestro,
y dimos con esos días que comienzan
y acaban con asco, tabaco y mucha filosofía barata. 
Ahora estoy sin calle, sin destino y sin paisaje,
hambrienta de la ternura dulce de la sábana,
que suple la humana caricia que no alcanzo.
Tengo una colección de colores aburridos,
y muchos folletos que venden felicidad
a golpe de máquina y talonario.
Soy un nombre que se devora en el verso,
una marioneta cansada del teatro del mundo,
una mano tendida que no halla otra mano.
Y a pesar de todo creo en un mañana
de polvo resurrecto, de fuentes claras,
de carnes que completan cada carne
en la hierba fresca de la noche,
de huesos que completan cada hueso
en la piedra eterna del sendero,
de piel que completa cada piel
en el tiempo manso del arroyo.
JOSEFINA SOLANO MALDONADO