El poeta barcelonés Ismael Pérez de Pedro ha sido galardonado con el XVII Premio de Poesía Infantil Charo González, otorgado por la Fundación Conrado Blanco, gracias a su conmovedora obra “Tesoros Ocultos”. Nacido en 1975 y residente en Viladecans, Pérez de Pedro ha destacado en el ámbito literario con varios poemarios y una prolífica participación en certámenes de poesía y relato. Aunque realizó estudios de filología, ha trabajado principalmente en el ámbito de la logística. Ha escrito los poemarios Como las haches en lasconversaciones y El punto Jonbar, además de colaborar en diferentes antologías y estar presente en diversas ediciones de poesía y relato, tanto en lengua castellana como en catalán.
Colabora desde hace más de diez años con la Fundación Espejo de Viladecans, en la promoción de la literatura y la pintura a nivel comarcal, presentaciones de libros, reuniones poéticas, festivales de poesía, recitales y organización de certámenes literarios. Desde que en 2018 empezó a participar en certámenes fuera de su localidad, ha sido galardonado con medio centenar de premios entre relato y poesía, entre ellos, en tres ocasiones, el Amantes de Teruel, Maxi Banegas, Ángel Crespo, Lorca, Paloma Navarro, Alcorisa o Cartas de amor de Almuñécar.
Siempre dice que lo mejor de un premio es ir a recogerlo y conocer a otras personas para darnos cuenta de que tenemos un maravilloso país en el que nos unen muchas más cosas de las que nos separan.
“Tesoros Ocultos” es un poema que une la relación intergeneracional entre abuelo y nieto con un mensaje de conciencia ecológica y social. A través de la visión de un niño que aprende a valorar la naturaleza y a respetar a sus mayores, el autor transmite la importancia de cuidar los paisajes y el legado que estos representan. La obra destaca por su sensibilidad y la capacidad de conectar a distintas generaciones en un viaje común de aprendizaje y respeto.
Cálzate las botas, nieto,
vamos de excursión al campo,
dicen que por estos montes
hay un tesoro enterrado.
¿Tesoro dices, abuelo?
Pues a ver si lo encontramos.
Y allá van abuelo y nieto
por el monte conversando,
y, camina que camina,
el día pasa volando.
Sobre un trino de jilgueros
el sol ya está bostezando,
el paisaje se enrojece
y la tarde va llegando.
Coge aquel bote, mi niño,
que a la vista me hace daño.
Lo guardo en el saco, abuelo,
y luego lo reciclamos.
Derraman su caramelo
las nubes sobre los álamos,
de azúcar rosa parecen
por el cielo navegando.
Mete también esas bolsas,
y ese cartón arrugado;
sin duda aquí ha estado alguien
y al marcharse lo han dejado.
Frente al muro de la ermita
los grillos están cantando,
y trepan por sus paredes
las sombras de dos naranjos.
Esas latas de refrescos
mételas también al saco,
ya cojo yo los cristales
y la botella de plástico.
Se escuchan de las cigarras
sus violines afinados,
y a orillas de la laguna
el sol ya se está bañando.
Ya está todo listo, abuelo,
¡qué limpio nos ha quedado!,
pero, con tanto trabajo,
el tesoro no he buscado.
Huele a mirto y a tomillo,
sobrevuelan los tejados
a lo lejos, en el pueblo,
cigüeñas de campanario.
Mira qué paisaje, nieto,
siente este cielo dorado,
el aire puro transporta
el susurro de los pájaros,
las moras en los zarzales
dan colorido a los campos
y vierten las amapolas
su perfume sonrosado.
Ese es el tesoro, nieto,
verlo contigo a mi lado.
Abuelo y nieto sonríen
y se dan un fuerte abrazo.